viernes, noviembre 09, 2007

MUERTE NATURAL


Por: Miguel Montes Camacho

Y ahí estaba yo, al pie del caño putrefacto del que solo expelían olores fétidos que se sumaban a los del cuerpo descompuesto que yacía flotando con las manos y piernas abiertas, como formando una X.

Me río y luego pienso: soy un desgraciado. Pero que le voy a hacer si eso es lo que soy, un morboso más, que satisfacía sus ganas de sangre con el espeluznante cuadro que ofrecía una mañana cualquiera en una ciudad normal.

Él estaba dentro del agua, totalmente desnudo e hinchado. Debía tener 3 o 4 días de muerto y ahora era el centro de atracción, quizá en vida nunca lo fue.

Y es que como no iba a llamar la atención, si en su cuerpo se podían ver inmensos coágulos internos de sangre que parecían iban a estallar, su cabeza estaba inflada y sus ojos, que digo, los huecos en los que alguna vez estuvieron los ojos estaban salidos y picados por aves de rapiña que aún no han podido identificar.

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Una profunda y certera cortada en su pecho, me hacían pensar en la crueldad y la sangre fría que tuvieron sus asesinos a la hora en que decidieron que él ya no sería de este mundo.
Moscas, peces, sapos y todo tipo de animales se daban un banquete y buscaban la mejor presa de lo que ahora no era más que un desperdicio.
Pasaban los minutos y yo seguía en el sitio, no sé bien porqué, pero después de haber visto el “muñequito” quería saber más y mi mente comenzaba a inventarse historias de terror sobre el trágico final de aquel hombre.
La gente hablaba y hablaba, casi al un unísono apuntaban a decir que: “algo debía ese man”, “por bueno no lo mataron”.
Yo no musitaba palabra pero parecía estarme escuchando. No necesitaba decir nada para saber que si estaba parado en ese lugar era porque quería ver una vez más la indolencia e indiscriminación de la muerte.
Pero nada, mi parte más humana me señalaba el drama que escondía aquella escena, pero la otra - no se cuál - me revelaba que no estaba sorprendido. No se imaginan lo aterrador que fue descubrir que veía aquel hecho como algo natural, algo de todos los días.
Llegaban los del CTI, los de la Policía y desde luego más curiosos. Todos convertidos en espectadores morbosos para los que la muerte violenta de otro hombre no significaba más que un asunto de curiosidad en el que lo único que buscábamos era saber detalles que calmaran nuestra curiosidad morbosa.
Cuanta tristeza y vergüenza sentí al saber que ya me acostumbré, soy uno más, ya no se me arruga el corazón.
Pero sé que no tengo la culpa, porque vivo en un lugar en el que la vida no tiene valor, no tiene precio y peor aún, en muchos casos, no tiene sentido.
El hambre y la pobreza no son razones para desear seguir existiendo y eso es lo que abunda en este país.
Mañana será otro día y se espera que otro hombre o mujer quede tendido en el pavimento, en la tierra o flote en el agua para seguir la maldita tradición de ver llegar a una muerte a la que nos acostumbramos y que se quedó a reinar entre nosotros.

1 comentario:

Unknown dijo...

es un buen articulo y lo que usted dice es verdad ya nos acostumbramos a que todos los dias una persona muera por causas que para nosotros ya son completamente normales.

saludos