sábado, junio 16, 2007

EL PARQUE - MÓVIL


Miguel Montes Camacho

Al llegar al Parque de Bolívar, uno de los sitios céntricos y emblemáticos de Cartagena, la panorámica que ofrece es la de cuatro vendedores de minutos celulares custodiando cada una de las entradas de acceso al lugar.

Con más de 5 teléfonos móviles entre manos y bolsos, los especialistas de las comunicaciones vociferan a todo pulmón los costos de sus minutos, es una lucha encarnizada por atrapar a los clientes que desde luego buscan los precios más favorables.

A 300, se escucha en una esquina, a 250 se oye en la otra y finalmente el grito de ¡a 200! deja sin opción a sus colegas y una sonrisa brota del personaje que llega al Parque a realizar su llamada.

Turistas de todos los lugares del mundo se acercan al lugar con miradas escudriñadoras tratando de aclarar en su mente, casi siempre primermundista, qué se esconde detrás de aquellos personajes que son prácticamente una cabina telefónica ambulante.

Un italiano, de esos a los que a duras penas le alcanzamos a entender el ¡arrivederci! que aprendimos en la novela, intenta captar con su cámara fotográfica la pintoresca imagen de una de las vendedoras de minutos, sabrá Dios con qué intenciones, pero de inmediato esta se le acerca y pone la mano en su lente como clara señal de que no desea ser su modelo. Uno de los policías que custodia el Parque se acerca de inmediato y guía al extranjero a otro punto.

Clara Inés Martínez es según ella una de las pioneras de la venta de minutos en El Bolívar y con tono irónico dice que “ni que fuera marica me dejaría tomar fotos, aquí mandan a gente de la Alcaldía disfrazada de cualquier vaina para reunir pruebas y después venir a jodernos”.

Clara tiene solo 23 años y cuenta que llegó al negocio buscando escapar de uno de los problemas que con más fuerza azota a la ciudad y al país, el desempleo. Tiene un hijo y por eso tiene que acudir al rebusque como medio para subsistir.

Ella al igual que sus compañeros de labor en el parque, coinciden en afirmar que lo que hacen no es por gusto sino por necesidad, pero ante la pregunta de si han intentado cambiar de oficio o mandar hojas de vida a empresas locales, un profundo pero elocuente silencio deja ver que la comercialización de sus minutos y el ambiente callejero no les es tan desagradable.

En el Parque también conviven pensionados, emboladores, policías, estudiantes y transeúntes ocasionales que lo ven como un oasis en medio del canicular sol cartagenero; ellos son por derecho propio dueños del lugar y custodios del mismo, por eso no ven con buenos ojos la inclusión de vendedores que como dicen “no le hacen bien a la imagen de la ciudad porque aquí llega mucho foráneo”.

“Usted se imagina qué puede decir la gente que viene de otros países de nosotros si lo que ven son mendigos harapientos y vendedores acosándolos desde que se bajan del avión. La fama que cogemos será de muertos de hambre”, asegura Jaime Parra León, que a sus 74 años no ha encontrado mejor plan que llegar al parque a conversar con sus amigos y esperar el fin de mes para cobrar su pensión, este ha sido su ritual diario durante los últimos 20 años.

Ese es precisamente el sentir de la mayoría de las personas que vistan el histórico lugar que se construyó para homenajear al libertador Simón Bolívar y que hoy cubre bajo su sombra a un sinnúmero de personajes, cada uno con su historia y con una batalla diaria, no menos importante que la de Boyacá, por ganarse la vida.

La autoridad del territorio está representada en los policías, a los que la gente llama popularmente “casquitos blancos”, ellos no dicen nada, no opinan, no hablan pero de los que no les conviene; porque si se les ve muy comunicativos enamorando a cuanta colegiala se les pasa por el camino; eso si de los vendedores de minutos solo dicen que “el que manda es el alcalde y él no ha dicho nada, nosotros cumplimos órdenes”.

Lo cierto es que que algo de razón tienen sus palabras y mientras tanto los que viven del móvil siguen haciendo su agosto a costa de un mundo globalizado que cada vez exige estar más comunicado, así lo demuestra la afluencia permanente de clientes que buscan afanosamente un minuto, así sea para hablar con las operadoras de las compañías celulares que tienen fama de tener voces sexys.

Un promedio de ganancias de entre 30 y 40 mil pesos diarios, sumada a la falta de empleo y a la comodidad de no tener que pagar arriendo para tener un negocio podría ser la razón que explique la proliferación de la oferta de minutos en Cartagena.

El Parque de Bolívar es sólo unos de los miles puntos de la ciudad en los que esta actividad informal centra su acción, sólo falta salir a la esquina de su casa para darse cuenta de qué estamos hablando y si desea más información llámenos del “cel” y le contamos.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Saludo Miguel. interesante tus articulos y tu blog en general, sigue así, por aqui pasare por ratos a leerte. Y si tienes razon, la misma situación socioeconomica del país impulsa a la gente al rebusque diario, tan evidente es que en cualquier esquina o lugar nos encontramos a algun vendedor informal.
Chao- Att:Kike

Julieta Romero dijo...

Hola Migue... muy oportuno. me gustó eso de que el parque se convierta en campo de batalla, mejor no pudo haber quedado la estatua de Bolívar.
Por cierto en estos días es el natalicio del libertador.